Era un hombre

E

Barclays y Casandra se conocen en una discoteca de moda. A pesar de la penumbra, Casandra lo ha reconocido: Barclays es un periodista que sale en televisión. Son jóvenes: Casandra tiene veintiún años, Barclays cuenta veinticuatro. Son guapos, pero no se sienten guapos o no actúan como si lo fueran.

Casandra se acerca a Barclays y lo invita a bailar. Barclays acepta sin entusiasmo. No están drogados. No están borrachos. Se miran, se estudian, se aproximan a tientas, dudosamente. Acaso reconocen la fuerza oscura del deseo. Siguen bailando.

Dos horas después, están en el apartamento de Barclays, en la cama de Barclays, haciendo el amor. Barclays ha dicho que no tiene un preservativo. Casandra ha dicho:

-No te preocupes, yo me cuido, yo tomo pastillas.

Por eso hacen el amor sin protección. Casandra se monta a horcajadas sobre él y cabalga, desbocadamente.

Casandra estudia en una universidad privada. Su madre tiene dineros de familia. Casandra estudia arquitectura, pero sueña con ser decoradora de interiores. Barclays ha dejado la universidad. Se gana la vida como periodista. Sueña con ser un escritor.

El siguiente fin de semana, Casandra y Barclays vuelven a encontrarse en la discoteca de moda y terminan en la cama de Barclays. No han hablado por teléfono durante la semana. Barclays le ha dicho:

-Yo no hablo por teléfono, no quiero que me llames.

Se acostumbran entonces a la rutina conveniente de encontrarse los sábados en la discoteca y prolongar la noche, haciendo el amor en la cama de Barclays. Casandra dice que toma pastillas. Barclays no se cuida, no se pone un condón.

Barclays aprecia que Casandra no le pida visitar la casa de sus padres. Barclays no quiere conocer a los padres de Casandra. Al mismo tiempo, Casandra disfruta de que Barclays no la llame todos los días. Saben que se verán el sábado en la discoteca. Lo que ocurra durante la semana es asunto de cada uno. Ninguno parece dispuesto a negociar o comprometer esa zona de su libertad.

Meses después, echados en la cama de Barclays, tras hacer el amor de madrugada, Casandra dice:

-Estoy embarazada.

Barclays no se alegra. Recibe la noticia como si le hubiesen dicho que alguien cercano a él ha muerto. Se preocupa, se angustia, se entristece, se molesta. Pregunta:

-¿Cómo es posible que estés embarazada, si me dijiste que tomabas pastillas?

Casandra responde honestamente:

-No sé. No te mentí. Quizás las pastillas estaban falladas o expiradas.

Barclays está tan enojado que le pide a Casandra que se vaya de su casa. El sábado siguiente no va a la discoteca. No quiere verla. Se siente decepcionado, traicionado por ella.

Una tarde, Casandra va al apartamento de Barclays sin previo aviso y le pregunta:

-¿Qué hacemos? ¿Lo tenemos?

Barclays responde sin vacilar:

-No. Yo no quiero ser padre. Tienes que abortar.

Casandra pregunta:

-¿Por qué no quieres ser padre?

Barclays responde:

-Porque quiero ser un escritor.

Casandra pregunta:

-¿Y no puedes ser un escritor y tener un hijo?

Barclays responde:

-No. No puedo. Es imposible. Si tengo un hijo, no seré nunca un escritor.

Se hace un silencio opresivo. Casandra dice:

-Me da ilusión ser mamá.

Barclays se enfada:

-¡Estás loca! ¿Cómo vas a ser mamá, si sólo tienes veintiún años y vives con tus padres y no has terminado la universidad?

Casandra dice con aplomo:

-No sé. No quiero abortar. Me ilusiona darle vida a esta criaturita.

Barclays se irrita y dice

-No digas “esta criaturita”, por favor. No seas cursi. No seas tonta.

Casandra se siente lastimada:

-¿Qué quieres que diga entonces?

Barclays responde:

-Que vas a abortar a ese feto. No “a esa criaturita”.

Casandra se enfurece:

-Feto es una palabra horrible. Si tú no quieres a mi bebé, es problema tuyo. Yo sí lo quiero. Y no lo voy a matar.

Barclays levanta la voz:

-¡Abortar un feto no es matar!

Casandra se marcha, indignada, reprimiendo las lágrimas.

Dejan de verse unas semanas. Ninguno va a la discoteca por temor a encontrar al otro.

Preocupado, Barclays la llama y le dice:

-He hecho una cita para que abortes.

Casandra responde:

-No sé si voy a poder.

Barclays afirma:

-Sí vas a poder. Yo te voy a acompañar. Tienes que hacerlo por ti y por mí.

Una madrugada, Barclays pasa a buscar a Casandra y la lleva a la clínica de abortos. Casandra tiembla de miedo. Está aterrada. Barclays le da valor. Casandra se va con el médico a la sala en que le harán el aborto. Poco después, sale llorando y dice:

-No puedo abortar. No puedo. Llévame a mi casa, por favor.

Furioso, decepcionado, Barclays lleva a Casandra a la casa de sus padres y le dice:

-No voy a rehuir mis responsabilidades. El bebé llevará mi apellido. Te daré dinero todos los meses. Lo veré una vez al mes. Pero, por favor, no te hagas ilusiones: no vamos a estar juntos, no vamos a vivir juntos.

-No me hago ilusiones -dice Casandra.

Barclays se distancia de Casandra. La ve solo una vez al mes, en un café cercano a la casa de los padres de Casandra. Casandra sigue estudiando en la universidad. Barclays continúa trabajando como periodista. Ya no hacen el amor. Barclays se ensimisma, se repliega, no quiere acostarse con Casandra ni con nadie.

El día del parto, Barclays lleva a Casandra a la clínica y la acompaña a dar a luz. Es una niña. Casandra ha elegido el nombre de la niña. La llama Victoria, quizás porque darle vida ha sido una victoria para ella.

Casandra sigue viviendo en la casa de sus padres, ahora con la niña Victoria. Barclays no cumple su promesa de visitarlas una vez al mes: necesita ver a la niña todas las semanas. Casandra es feliz viendo que Barclays ama a su hija, después de todo. Las señoras de la familia dicen que Victoria es idéntica a su padre. Barclays descubre que no es tan agobiante ser padre, o no al menos en esas circunstancias, viviendo solo, preservando su zona de libertad.

Meses más tarde, Barclays vuelve a la discoteca. No quiere ligar, no quiere acostarse con nadie. Solo necesita escuchar música y bailar con su sombra. Un sábado, inesperadamente, Barclays ve a Casandra en la discoteca. No han hablado, no han quedado en verse, es un encuentro accidental. Quizás Casandra lo extraña y ha visitado la discoteca aquella noche con la ilusión de encontrarlo. Es ella quien se acerca a él y le dice para bailar. Bailan. No dejan de bailar. Al parecer todavía se quieren. Se han perdonado. Aman a su hija. Casandra piensa que Barclays no es un papá tan malo, después de todo. Unas horas después, están en la cama de Barclays, haciendo el amor. Casandra le asegura que está tomando pastillas, otras pastillas, unas buenas que ahora sí funcionan. Barclays no se pone un preservativo.

Durante un año, durante dos años, Barclays y Casandra operan como una pareja sin ataduras ni formalidades: él va a visitar a la niña Victoria los fines de semana y a veces salen juntos los tres a dar un paseo, y los sábados por la noche Casandra y Barclays se encuentran en la discoteca y terminan la noche o comienzan la mañana en la cama de Barclays, haciendo el amor. Se aman. Se necesitan. Pero Barclays no quiere vivir con ella y con la niña. Casandra le ha preguntado:

-¿No te gustaría vivir con nosotras?

Barclays ha respondido:

-No. No puedo. Necesito vivir solo. Si quiero ser un escritor, necesito vivir solo.

Casandra no se enfada. Está cómoda viviendo con sus padres. Vive en una casa grande, con jardines, y dispone de la ayuda de una empleada doméstica.

Dos años después del nacimiento de Victoria, nada ha cambiado demasiado en sus vidas: Barclays sigue trabajando como periodista de televisión y Casandra lleva a duras penas sus cursos en la universidad privada.

Una noche, en la discoteca, Casandra lo abraza y le dice al oído algo que Barclays no alcanza a escuchar con nitidez.

-¿Qué me has dicho? -grita él, porque la música es un estruendo que sabotea la conversación.

-¡Que estoy embarazada! -grita ella, con una gran sonrisa.

Barclays se ríe, piensa que Casandra está bromeando. Pero Casandra no está bromeando: está embarazada, de nuevo embarazada.

Abrumado, abochornado de sí mismo, incrédulo, sin palabras, Barclays la lleva a su apartamento y la somete a un interrogatorio frío y cruel:

-¿Cómo es posible que estés embarazada, si tomas pastillas? ¿Dejaste las pastillas para quedar embarazada? ¿Te has acostado con alguien más? ¿Estás loca? ¿Te has vuelto loca, oficialmente loca?

Casandra ensaya una explicación:

-Dejé de tomar las pastillas solo cuatro semanas. El ginecólogo me dijo que tenía que descansar de las pastillas. No me imaginé que quedaría embarazada.

Indignado, Barclays la echa de su casa a gritos:

-¡Estás loca! ¡No quiero ser papá de nuevo! ¡Déjame en paz!

Dejan de verse unos días, unas semanas. Barclays no va a visitar a la niña Victoria. Casandra no le dice a nadie, ni siquiera a su mejor amiga, que de nuevo está embarazada. Le da vergüenza contarlo. Siente que es una tonta, que no debió dejar las pastillas, como le aconsejó el ginecólogo.

Confundida, sin saber qué hacer, Casandra va al apartamento de Barclays, quien la recibe de mala gana, y le pregunta:

-¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que aborte?

Barclays se impacienta:

-¿Por qué me preguntas eso, si sabes que no vas a abortar?

Casandra afirma:

-Si me pides que aborte, te prometo que aborto.

Barclays dice:

-No vas a poder.

Casandra pregunta:

-¿Entonces qué quieres?

Barclays la mira fríamente:

-Que hagas lo que sea mejor para ti. Si quieres tener al bebé, ten al bebé. Si quieres abortar, aborta. Pero yo no quiero decidir por ti. Hagas lo que hagas, yo te apoyaré.

Casandra se sorprende:

-Pensé que querías que aborte.

Barclays se repliega:

-Ya no estoy tan seguro. Mira a Victoria. Te pedí que abortases y ahora la adoro.

Casandra exhala un suspiro.

-Menos mal no abortaste -dice Barclays-. Hubiera sido una pena no conocerla.

Casandra se queda pensativa y luego pregunta:

-Si decido tener al bebé, ¿lo vas a querer como quieres a Victoria?

Barclays no duda en responder:

-Sí.

Casandra pregunta:

-¿Y si aborto?

Barclays hace un gesto condescendiente o desdeñoso:

-No vas a poder abortar. Eres demasiado maternal para abortar.

Casandra se siente disgustada de que Barclays le haya dicho: “eres demasiado maternal”. Siente que le ha dicho: eres débil, eres tonta, tienes miedo, eres una mujer convencional. Se marcha, ofuscada, sin despedirse.

Unos días después, Casandra va de madrugada a la clínica de abortos, acompañada de su mejor amiga, y aborta al bebé. Era un hombre. Pudo ser el hijo de Barclays y Casandra. No lo será. Será una promesa interrumpida, una vida segada, una luz apagada.

Después de abortar, Casandra va a la casa de su amiga, toma pastillas para dormir y llora todo el tiempo que está despierta.

Cuando encuentra fuerzas, va al apartamento de Barclays y le cuenta que ha abortado. Barclays se queda helado, sin palabras.

-¿Cómo se te ocurre abortar sin decirme nada? ¿Cómo pudiste abortar sin pedirme mi opinión final?

Casandra responde:

-Me dijiste que te daba igual si abortaba o no abortaba. Era obvio que preferías que abortase.

-¡No, no! -grita Barclays-. ¡No estaba tan seguro esta vez! ¡Me daba pena! Después de conocer a Victoria, ¡me daba pena!

Casandra intenta calmarlo:

-Era lo mejor para los dos. Era mucho estrés tener un hijo más.

Barclays siente una congoja profunda y dice, aturdido:

-No sé. No sé si abortar era la mejor salida.

Se quedan un momento en silencio. Luego Casandra dice:

-Era un hombre. El bebé era hombre.

Barclays rompe a llorar, desolado. Ella lo abraza.

-Yo lo quería -dice Barclays-. Yo quería tener un hijo hombre.

Lloran los dos, abrazados.

-No debiste abortar -dice Barclays-. Ya nunca más tendré un hijo hombre. Ese será mi castigo.

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Por Jaime Bayly

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