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Los libros y los gatos

L

En unas horas debo volar a Guadalajara, vía Dallas. Debo estar en el aeropuerto a las tres de la madrugada, mala hora. Llegaré a mi destino final diez horas después, pasado el mediodía. Esa misma noche me presentaré en la feria del libro de Guadalajara. No sé de qué hablaré. Improvisaré. Me he pasado la vida improvisando. No lo hago tan mal. No tengo un buen recuerdo de la feria de Guadalajara...

El bailarín de Puerto Plata

E

    Solo había visitado Puerto Plata en una ocasión, hace treinta y cinco años, el año en que mi esposa Silvia nació. Viajé en autobús desde Santo Domingo, subiendo y bajando montañas de exuberante verdor, leyendo una novela de Terenci Moix, “No me digas que fue un sueño”, un recorrido que demoró cuatro horas. A pesar de mi juventud, o precisamente por eso, yo conducía un programa de...

Nubes

N

    Me marché presurosamente de Buenos Aires sin pagar por el alquiler del salón donde entrevisté al candidato presidencial. El gerente del hotel me ha informado de que estoy en deuda con su distinguido establecimiento. Argentino de corazón como soy, no sorprende que me encuentre endeudado. Se vive hoy, se disfruta hoy, se paga mañana o pasado mañana. El canal de televisión me hizo...

Un hombre y un elefante

U

Un viernes por la tarde, haciendo maletas, el mismo traje y la misma corbata de siempre, recibí un escueto correo electrónico de la aerolínea, informándome de que el vuelo estaba demorado nada menos que doce horas: no despegaría a las nueve de la noche de ese viernes, sino a las nueve de la mañana del día siguiente. Lo interpreté como una señal del destino, una prevención de los dioses, un...

Sombreros de Montería

S

No es fácil llegar a Montería, Colombia. No si el viajero emprende la travesía desde Miami, como la emprendí hace unos días con espíritu aventurero de conquistador. Me habían invitado a la feria del libro de Montería año tras año, hasta que por fin me rendí y acepté la persistente invitación de un joven escritor llamado Carlos, a quien no conocía ni había leído. Este es el año de las ferias, de...

Mande, patrón

M

-¿Usted es el demonio? -me preguntó el periodista del diario mexicano Milenio. -No -le dije-. Pero mi madre dice que todas mis novelas me las ha dictado el diablo. Estaba entrevistándome en el club ejecutivo del piso cuarenta, en el hotel Hyatt de Polanco. Mientras bebía un café tras otro, yo pensaba: -Dios quiera que no haya un terremoto. Ese hotel había sido construido por ingenieros japoneses...

Un discreto e improbable milagro

U

Hace medio año se anunció que el canal de televisión en el que trabajo se había vendido. Ahora se anuncia que los compradores no tenían suficiente dinero para comprarlo y que la venta se ha frustrado. Es una buena noticia para mí. Los compradores, los que anunciaron que habían adquirido el canal, los que entraron un día a los estudios de la televisora e hicieron rezar en voz alta a los empleados...

El interrogatorio

E

Llegué al aeropuerto de Guayaquil un jueves a medianoche en un vuelo procedente de Miami. Entregué mi pasaporte azul de los Estados Unidos al agente uniformado de migraciones. Su primera pregunta me sorprendió: -¿Cuándo fue la última vez que vino al Ecuador? -No lo recuerdo con exactitud -dije-. Pero creo que fue hace veinte años. En efecto, veinte años atrás había presentado un monólogo en clave...

Una felicidad que yo no merecía

U

Viví los primeros veinte años de mi vida en la ciudad en que nací, Lima, la ciudad del polvo y la niebla, a orillas del mar enfermo que lame sus costas y de espaldas a una franja desértica que parece infinita. Viví catorce años con mis padres, asustado porque mi padre me insultaba y me pegaba, y seis años con mis abuelos, contento porque ellos sí me querían. A los veinte años me resigné a la...

Cháchara babosa

C

En los días ideales, hablo con muy poca gente y nunca por teléfono ni mucho menos por las odiosas conexiones visuales que facilita la modernidad. Intercambio palabras con mi esposa y con nuestra hija todavía menor de edad. A la hora tardía del almuerzo, pido lo de siempre, un pastel de espinacas y un jugo de frutos rojos, al camarero con el pelo rubio en el café al que vamos habitualmente. Luego...