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La condesa de Miraflores

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Dorita Lerner ha cumplido ochenta años. No ha podido celebrarlos como hubiera querido. Le hacía ilusión dar una fiesta en su casona de Miraflores. Por culpa del coronavirus, ha pasado su cumpleaños encerrada en su casa, sin poder salir, sin poder visitar la iglesia tan siquiera. Si recibiera en su acogedora residencia a sus hijos y nietos, a sus hermanos y sobrinos, estaría violando la ley. El...

El filósofo y el tuerto

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Un año después de que Fidel Castro capturase a tiros el poder en Cuba, y cuando ya empezaba a perfilarse su deriva de sátrapa comunista, dos jóvenes de diecisiete años, todavía menores de edad, Montalván, apodado El Filósofo, y Benítez, alias El Tuerto, fueron capturados por la policía política del régimen, acusados de distribuir panfletos anticomunistas, sometidos a una charada de juicio sumario...

¿El gobierno o yo?

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El inefable Barclays, escritor fantasmagórico, se pregunta: ¿Quién cuida mi salud cuando estoy sano? ¿El gobierno o yo? Porque estar sano, mantenerme saludable, cuesta dinero, no poco dinero. ¿Quién paga las cuentas farmacéuticas de mantenerme sano? ¿El gobierno o yo? Las cuentas son onerosas y tienden a crecer. Gasto fortunas en tres medicamentos para regular la bipolaridad. Gasto fortunas en...

La negra bandera de la muerte en mis pulmones

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El inefable Barclays, periodista de televisión, escritor en franca decadencia, podría quedarse en casa, no ir a trabajar y no salir todas las noches en su programa de televisión. Otros periodistas del canal donde trabaja, asustados por el insidioso avance de la plaga, han dejado de ir a trabajar y se han atrincherado en sus casas. Sin embargo, Barclays, a riesgo de contagiarse, elige trabajar...

Iré a tu fiesta, aunque me cueste la vida

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El trabajador centroamericano, Marcelo, inmigrante indocumentado, fanático religioso, padre de cinco hijos con la misma mujer, se encontraba limpiando los techos de la casa de Barclays cuando se distrajo para hablar por teléfono, se resbaló y cayó aparatosamente, dando un alarido. El grito de angustia y pavor rasgó la quietud de la tarde en aquella isla bucólica y anunció que los días venideros...

El fútbol, esa religión

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Cuando Barclays era un niño y asistía al colegio inglés, ya era adicto al fútbol. Durante los recreos, jugaba al fútbol con tanta pasión que, al mismo tiempo que perseguía la pelota y la pateaba con extraña delicadeza, relataba a gritos los partidos, provocando la hilaridad ocasional entre sus amigos, y, ya de regreso en las clases, sacaba un cuaderno, otorgaba una puntuación del uno al diez a...

Las guerras del fin del mundo

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El periodista Jimmy Barclays conoció al escritor Vargas Llosa en un restaurante de comida china en San Isidro, Lima, al que Vargas Llosa tuvo la gentileza de invitarlo. Barclays, con dieciocho años, publicaba una columna diaria de opinión política, “Banderillas”, en el diario “La Prensa” de Lima. Vargas Llosa acababa publicar una novela, “La guerra del fin del mundo”, que Barclays había leído...

Vendrá una catástrofe

V

Barclays tenía dos tíos a los que no veía hacía muchos años, tantos como trece: Peter Barclays y William Barclays. Los vio por última vez en el sepelio de su padre, hermano mayor de ambos, a quienes desdeñaba por igual: a Peter lo llamaba “Tontín” y a William le decía “Chiquitín”. Curiosamente, aunque estaban en los funerales de su hermano, tanto Peter como William sonreían a sus anchas, como si...

El amigo de mi padre

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Pocas semanas antes de que estallaran los disturbios callejeros en Santiago de Chile, agitados por turbas de vándalos enmascarados quemando estaciones del metro y saqueando comercios ante la abulia de los cuerpos policiales que habían recibido la orden de no reprimirlos, Barclays, escritor fracasado, escritor itinerante, escritor porfiado a fin de cuentas, viajó a esa ciudad con los vastos...

La maleta escondida

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La esposa de Barclays, Silvana, regresó del gimnasio y sentenció: -Tenemos que cambiar las alfombras de mi cuarto. Son un asco. Renuente a toda reforma doméstica o redecoración de la casa, enemigo de que personas extrañas entrasen en aquella casa donde había sido tan feliz, Barclays preguntó: -¿No podemos lavarlas? -No -afirmó Silvana-. Quiero cambiarlas. Como la casa de Barclays era una satrapía...