Mi segunda hija se gradúa la próxima semana de una universidad en Nueva York. Ha estudiado cuatro años una carrera fascinante, ciencias medio ambientales, ecología, cómo salvar al mundo de la destrucción que le estamos infligiendo los humanos estúpidos, incluyendo al presidente de esta gran nación. Estoy muy orgulloso de ella. No sé si estudiará una maestría, yo la aliento en ese sentido, creo que los años universitarios son los mejores y hay que prolongarlos todo lo que se pueda. Luego toca trabajar y pagar impuestos y entonces las cosas se complican.

No he sido invitado a la ceremonia de graduación. No me quejo. Si voy, tensaría el aire porque me encontraría con mi ex suegra, mi ex esposa y el novio de mi ex esposa, personas que no están en la columna de mis admiradores ni de mi club de fans. Hace siete años no veo a mi ex esposa y creo que los dos estamos mejor así. Me da pena perderme la graduación de mi hija, pero me daría más pena estropeársela con mi presencia, cargar de rencores el ambiente presumiblemente jubiloso, agriarle un día de celebración para ella. No guardo culpas ni pesares. He pagado todas las cuentas, he sido generoso con ella, le he enviado un regalo en vil metal y siento que he cumplido mi parte. Si no me invita, algo habré hecho mal. Y yo sé lo que hice mal: terminé de mala manera con mi ex esposa, cuando pude (pudimos) evitar la guerra sin cuartel desatada como consecuencia de mis enamoramientos otoñales por una jovencita que es ahora mi esposa y con la que he sido bochornosa, obscenamente feliz.

Tampoco fui invitado a la ceremonia de graduación de mi hija mayor, en junio pasado, en otra universidad de Nueva York. No guardo rencores. En aquel momento me dolió, me sentí injustamente marginado, pero luego entendí que era lo mejor para ella. Hace poco vino a visitarnos. Trajo regalos para todos, incluyendo a mi esposa. Se portó maravillosamente. Prefirió dormir en un hotel cercano para preservar su privacidad. Me sentí profundamente orgulloso de ella. Trabaja en Manhattan, es analista financiera, es una mente brillante, consigue lo que se propone, no dudo de que llegará muy lejos, me ha superado con creces y solo cuenta veintitrés años. Es una campeona en toda la línea. A veces intento persuadirla de que dirija un documental, o se tome un año sabático y se dedique a pintar, porque pinta con gran talento unos cuadros notables, pero ella sabe bien lo que quiere y mis sugerencias son desestimadas. Mis hijas se deben primero y principalmente a su madre, ella les dio la vida, y me parece muy bien que sea su madre y no yo quien las acompañe en su graduación. Pero me da pena, no oculto que me da pena, y sin embargo no hay nada que pueda hacer, salvo aparecerme de sorpresa y fastidiarles el día a todos. Creo que en líneas generales, descontando un par de errores gruesos, he sido un buen padre, y en este caso me parece que ser un buen padre supone entender por qué no me invitan a su graduación y no enojarme con ellas y tomarlo con espíritu deportivo. Les he propuesto viajar juntos, celebrar las graduaciones con algún viaje divertido, pero mis ofertas caen en saco roto y no me dicen lo que sé que están pensando: ni locas queremos viajar contigo, porque nos aburriríamos a morir. Así es la vida, las hijas crecen y aprenden a divertirse lejos de sus padres y a despecho de sus padres y, a veces, con el dinero de sus padres, pero sin que ellos estén presentes físicamente, qué más da.

Yo nunca hice un viaje con mi padre, qué ocurrencia, nos llevábamos fatal, él era muy severo conmigo y mis viajes más placenteros consistían en alejarme de él y del país donde él vivía para sentirme libre por fin, emancipado de su yugo opresivo. Tampoco he viajado con mi madre, y esa me parece una omisión imperdonable que debo corregir pronto. Porque mi madre es un amor, una persona noble y bondadosa, y se merece todos los gestos de cariño por mi parte. No hemos viajado juntos porque cuando me propuse ser un escritor, hace veinticinco años, me alejé de todo y de todos, de mi país, de mi familia, de mis amigos, de mis trabajos en la televisión, y me fui acostumbrando a estar solo, a viajar solo, a ver dos y tres películas diarias en el cine cuando estaba de viaje en Europa o Nueva York, y pensaba que si viajaba con mi madre hablaríamos de política, de religión, de sexualidad, de los derechos de la comunidad gay, y terminaríamos discutiendo, enojándonos y peleando. Pero ahora mi madre tiene setenta y siete años, y yo cuento cincuenta y dos, y si no viajamos ahora, ¿cuándo será? Es, me parece, ahora o nunca, y por eso la he invitado una semana a Washington, al barrio noble de Georgetown, donde viví tres años, escribiendo mi primera novela, y donde pasé un año más, enseñando en la universidad de los jesuitas, profesor visitante de literatura, una clase de veinte alumnos que bostezaban y veían sus teléfonos móviles o sus tabletas mientras yo les hablaba de Borges.

Claro que me da miedo viajar con mi madre, no lo oculto. Sobre todo me da miedo que ella despierte a las seis de la mañana en la habitación contigua a la mía y me espere y baje a tomar desayuno y me siga esperando y vaya a misa en la iglesia de Georgetown y siga esperándome y que llegue el mediodía y yo continúe durmiendo y ella entonces piense que su hijo mayor es un haragán, un perezoso, un cero a la izquierda (lo que por otra parte es verdad). Me da miedo que me diga: ¿me has invitado a Washington para quedarte dormido hasta la una de la tarde? ¿Y no me acompañas a tomar desayuno ni a oír misa? Me aterra esa posibilidad. Porque sé que si me levanto a las siete de la mañana, como ella quisiera, estaré de un humor de perros y el día entero se echará a perder y le haré toda clase de reproches mezquinos por no dejarme descansar lo que me pide el cuerpo. Por eso, para evitar esas previsibles tensiones, he invitado también a Tamara, la asistenta de mi madre, de modo que pueda suplantarme, cubrir mi ausencia, mientras yo duerma con desmesura. También vendrán, por supuesto, mi esposa y nuestra hija de seis años, y a no dudarlo el viaje sería menos riesgoso si lo hiciéramos nosotros tres, que ya estamos habituados a viajar en equipo, pero creo que por una vez en mi vida debo invitar a mi madre a un gran viaje con todos los desbordes de lujo y placer, y si sale bien, Dios quiera, la invitaré más adelante a Buenos Aires, otra ciudad en la que he vivido y que llevo siempre tatuada en el corazón.

Pero, claro, cuando pienso en todo esto, en lo difícil que se me hace invitar de viaje a mi madre, porque no sé si sus pequeños hábitos cotidianos son compatibles con los míos, entiendo perfectamente que mis hijas mayores no quieran verme en su graduación, ni viajar conmigo a ninguna parte, porque seguramente piensan, sin odiarme, solo siendo saludablemente egoístas, que mi presencia será un lastre, un baldón, un peso muerto que ellas tendrán que acarrear día a día, y entonces viajan con una amiga, con un novio, con su madre, pero no conmigo, ciertamente no conmigo, conmigo ni a la esquina, aunque, cuando llega una cuenta abultada, entonces sí me recuerdan con cariño, qué risa, así es la vida, los hijos somos tremendos con nuestros padres y a menudo pensamos que tuvimos mala suerte y que merecíamos unos padres mejores, y cuando por fin nos animamos a invitarlos de viaje, ya se han muerto y es muy tarde para reencuentros felices.

Le pediré a mi madre, cuando estemos juntos en Georgetown, que por favor no hable tanto por el celular, porque es algo que me perturba e irrita, yo detesto hablar por teléfono, y le rogaré que no se impaciente conmigo si duermo hasta mediodía, y que vaya con su asistenta al centro comercial que le quedará a pocas cuadras del hotel mientras yo descanse roncando como un oso perezoso. Y a mis hijas les seguiré pidiendo que viajemos juntos, pero mucho me temo que no me harán caso ni me responderán los correos. Como regalo de graduación le he enviado a mi segunda hija el mismo monto en vil metal que le mandé a su hermana mayor el año pasado, pero no he obtenido respuesta en español ni en inglés ni en esperanto, y no sé si es porque la cantidad le ha parecido mezquina, insuficiente, o simplemente porque está demasiado atareada siendo feliz como para perder su tiempo escribiéndome cosas que le parecerán de naturaleza burocrática, aburrida.

Mis hijas tan queridas: nos veremos cuando ustedes quieran, donde ustedes quieran. Mamá querida: con suerte nos veremos en Washington, y por favor no te molestes si arrojo tu celular a las aguas del río Potomac.

25 pensamientos acerca de “Los viajes que nunca hicimos

  1. Sophia

    Que sincero Bayly, dichoso y suertudo tu que puedes decir estas cosas que personas como yo no nos animamos a decir a nuestros padres y/o seres queridos

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  2. Humberto Navarro

    Jaime, no te cae nada mal ese atisbo de sabiduria paternal, que te puede disfrutar como ninguna de tis otras hijas pudieron hacerlo. Asi es la vida campeón!!!

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    1. Humberto Navarro

      Jaime, no te cae nada mal ese atisbo de sabiduria paternal, dichosa Zoe que te puede disfrutar como ninguna de tus otras hijas pudo hacerlo. Asi es la vida campeón!!!

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  3. Mercedes

    No te sientas mal Jaimito. Ojalá que algún día tus hijas mayores puedan reflexionar y arrepentirse de su mal comportamiento. Todos sabemos que tú las amas mucho. Da la impresión que las únicas que no se dan cuenta de tu amor son ellas.
    Dios te ha recompensado con tu actual felicidad.
    En el Perú somos muchos los que te extrañamos y deseamos lo mejor. Bendiciones para ti , Silvia y Zoe

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  4. angie villegas moran

    Me encanta la manera en como te expresas, en cuanto a tus hijas tienen ellas ambientes diferentes los cuales se les hace un poco complicado en ver lo pasado , pero yo se que poco a poco maduraran y veran el gran padre que tienen, no descuides a tu madre y en estos tiempos disfruta al maximo su compañia juntos a personas que estan a nuestro alrrededor
    soy tu fan , tus letras son expresivas de corazon
    saludos desde Perú y tus programas de aquellos tiempos en la tele se extrañan saludos! disfruta tu familia !

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  5. Julia Yanet Chacon

    Hola Jaime, siempre que escribes tus pensamientos o lo que te sale del alma me conmueves. La verdad los hijos son nuestro reflejo de como fuimos con ellos. Dejame decirte que realmente me extraña, porque recuerdo cuando ellas estaban pequeñas tu las llevavas contigo a todos lugares, recuerdo esa ves que les comprastes una Chinchilla y que tuvieron un pequeño insidente. Bueno Jaime sai es la vida, sigue adelante y no cometad los mismos errores con tu pequeña hija. Abrazos

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  6. Belkys

    Excelente!!! Me encanta su manera de escribir!!! Pulcra, explícita, tan expresiva que puedes verla!! Me fascina su columna y su programa!!! Soy su admiradora diferida, pues como venezolana y habitante de esté herido país, lo puedo seguir en diferido a través de un pésimo internet!! Gracias por amar y luchar día a día por mi país!! Ah y sabe? Sus hijas lo aman, sólo que ellas mismas no saben cuánto!!! Tiempo al tiempo… un fuerte abrazo mi querido Jaime y mis sinceras felicitaciones a sus brillantes hijas!!! Dios los bendiga!

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  7. Dery

    Jaime, tus hijas mayores han crecido y poco a poco estan madurando, el tiempo logrará que puedan entender algunas cosas o hechos que ocurrieron en torno a su padre, su madre y la familia que formaron, también entenderán el presente. Ten paciencia y deja que el tiempo arregle todo. Por ahora disfruta con tu mami y la hermosa familia que tienes. Un abrazo.

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  8. Teresa

    Hola Jaime, que relató más bonito, ojalá y viajes un día nuevamente con tus hijas mayores. Mi madre ya no está hizo el viaje definitivo y hasta el día de hoy mi corazón llora al recordarla, como hubiera deseado estuviera aquí conmigo, a veces la imagino viajando a mi lado soy feliz, Tu madre gran señora sean todo lo lindo que puedan ser en ese viaje Maravilloso, y que mejor que con la pequeña Zoe y la hermosa Silvia. Besitos

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  9. Rodisan

    Soy tu admiradora, me encanta tu forma de escribir y ese sarcasmo inteligente que tienes. Soy peruana, vivo en Francia y crié sola a mis hijas (viudez), Ojala q algún día viajes con tus hijas y aprovecha al máximo a tu madre! Besos

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  10. Milita

    Jaime, ten mucha paciencia, perdonalas, no saben que es tener otro tipo de padre, cuantos niňos quisieran tenerte de padre…Bendiciones a tu familia y cuidate mucho 🙂

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  11. Libia

    Jaimito a veces los hijos esperamos que los padres den la iniciativa también y que se ganen nuestro amor y respeto… más aún cuando han habido rencores en el pasado y heridas que nunca cerraron. Un padre es un padre hasta que muere y por lo tanto debe ejercer su autoridad y actuar según le paresca correcto en relación con sus hijos. Creo 2 cosas, primero que no necesitarás nunca ninguna invitación para participar en los sucesos relacionados con tus hijas… por el único hecho de ser su padre y responder por ellas. Segundo, que hay algo que a nosotros los hijos no nos gusta de los padres por más que sea cierto, y es que nos echen en cara siempre lo mucho que gastaron por nosotros y el dinero que nos dieron… aunque sea más que obvio. Quizá ahira que tus hijas están mayores y una hasta trabaja… sea el momento ideal para desligarte de ellas monetariamente y hacerlas valorar el verdadero esfuerzo y sacrificio de un padre.

    A veces… en esta vida hay cosas que sólo valoramos con los años a manera que envejecemos y vamos madurando… aunque a algunos ni con eso.

    Ah y en cuánto a tú madre. Disfrutala mientras puedas ella lo merece todo.

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  12. Genaro

    Hay que saber entender a las personas que queremos, sus egoismos, excentricidades y demás, porque en su momento, estoy seguro también hubo alguien que no quiso y entiendo de la misma manera. Buena suerte, Jaime. Tiempo al tiempo, solo el sabe acomodar las cosas.

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comentarios

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