Harta de que su hijo Barclays escriba relatos inspirados en ella, Dorita le dice por teléfono:

-Te voy a pedir un favor. Te voy a pedir que no escribas sobre mí.

Barclays suelta una risa levemente cínica y pregunta:

-¿Por qué, mamá?

Dorita responde:

-Porque me dejas como una tonta. Me dejas como una beata. Me dejas como una dictadora.

Barclays ensaya una explicación:

-No es mi intención ridiculizarte, mamá. Pero eres un gran personaje literario. Cuando me siento a escribir, estás siempre hablándome en mi cabeza. No puedo evitar que termines hablando también en mis textos, ¿comprendes?

-No, no comprendo -dice Dorita-. No me vengas con tus teorías intelectuales. Ya te pedí que dejaras de escribir sobre mí desde que publicaste esa novelita espantosa de mariquitas que se drogaban todo el tiempo.

Barclays ríe de buena gana y pregunta:

-¿Te refieres a No se lo digas a nadie?

-Esa, claro. Una asquerosidad de principio a fin. Una cochinada. Una basura.

Ya Dorita le había dicho a su hijo, cuando salió publicada aquella novela, hace casi treinta años:

-He tratado de leerla, pero sólo he leído diez páginas y he tenido que dejarla y quemarla. Es una basura, hijito. Estoy avergonzada de ti.

Ahora Barclays, ya cincuentón, y su madre Dorita, ya octogenaria, siguen peleando por las cosas que él escribe y que a ella le ocasionan severos disgustos:

-No puedo prometerte que no escribiré más sobre ti, mamá.

-¿Por qué, hijito? Tienes que respetar mi intimidad.

-Porque soy un escritor gracias a ti y a mi papá, o por culpa tuya y de mi papá. Y porque sólo me interesa escribir de lo que me duele, de lo que me perturba, de lo que me obsesiona.

-Ya comienzas con tus teorías intelectuales. ¿Y entonces qué, yo te duelo?

-En cierto modo, sí. Me duele que quieras que yo sea una persona que no puedo ser. Me duele que no me aceptes como soy. Me duele que no me quieras como bisexual. Me duele que cuando tuve un novio siete años te negaras a conocerlo.

-Pues a mí me dolía mucho más ver a mi hijo moralmente extraviado, con un argentino pedigüeño que sólo quería sacarle plata.

Se hace un silencio que parece estirar la distancia que separa a la madre de su hijo, una distancia de miles de kilómetros, Dorita en su casona de Miraflores, Lima, y Barclays en su casa de Key Biscayne, Miami.

-¿Y crees que a mí no me duele que salgas en la televisión diciendo que eres ateo? -dice Dorita-. ¿Crees que no me duele que tu esposa salga en tu programa diciendo que también es atea, tan orgullosa ella de ser atea? ¿Crees que no me duele que no hayas bautizado a tu hija Zoe, que ya tiene catorce años?

-Zoe tiene diez años, mamá, no catorce. Y sí, no la vamos a bautizar.

-Qué decepción, hijito. Qué pena tan grande. Qué ganas de llorar. He fracasado como madre contigo. Me has salido chueco, torcido. De niño eras el más devoto de mis hijos, ¡y mírate ahora, gordo, ocioso, lleno de vicios, insolente ante Nuestro Creador!

Barclays se apiada un momento de su madre:

-No has fracasado, mamá. Eres una gran mamá. Te quiero mucho.

Dorita no parece tomarse en serios los halagos de su hijo. En tono afligido y, al mismo tiempo, rencoroso, le dice:

-A veces me arrepiento de haberte dado tanta plata, de haberte heredado en vida.

Barclays siente un golpe en el corazón y por eso permanece callado.

-Tu tío Bobby tenía razón cuando te desheredó -añade Dorita, como hablando consigo misma-. Debí desheredarte yo también. Mi amigo, el Cardenal Cienfuegos, me aconsejó que te desheredase, pero yo, por tonta, no le hice caso.

Barclays se queda sin palabras. El hermano de Dorita, Bobby, murió hace años. Era un hombre muy rico. Dejó una parte de su fortuna a Dorita y a los hijos de Dorita, desheredando expresamente a Barclays, el único hijo de Dorita al que no favoreció en su testamento. No le perdonó que Barclays hubiese escrito sobre él, en sus novelas y sus relatos, en tono insolente o burlón, revelando que Bobby tenía una afición erótica por los hombres y que, siendo muy rico, era tacaño. Presionada por sus diez hijos, Dorita repartió una parte de su fortuna entre todos ellos, incluyendo a su hijo escritor, Barclays, el desheredado por Bobby. A diferencia de su hermano Bobby, que no pudo o no quiso perdonar las infidencias literarias de Barclays, Dorita sí lo perdonó y le dio tanto dinero como a sus otros nueve hijos, salvando a Barclays, su hijo mayor, de un segundo y definitivo oprobio familiar, de un agravio sin remedio.

-No sabía que tu amigo, el Cardenal Cienfuegos, te aconsejó que me desheredases -dice Barclays, sorprendido.

-Sí, eso me dijo el Cardenal -revela Dorita-. No te quiere nada. Has escrito cosas horribles contra él. Lo has llamado El Cuervo.

-He escrito cosas horribles de él porque es un hombre horrible -se crispa Barclays.

-¡No es un hombre horrible! -se enoja Dorita-. ¡Es un gran hombre! ¡Es un santo! ¡Y es mi amigo de toda la vida! ¡Así que por favor respeta a tu madre!

-¡No es ningún santo, mamá! -levanta la voz Barclays-. ¡Es un pervertido, un depravado!

-¿Por qué dices eso? -se alarma Dorita.

-¿Por qué crees que lo han mandado a Roma, mamá? ¿Por qué crees que está aislado, incomunicado? ¿Por qué crees que lo han castigado?

Dorita no responde, se queda muda. Su hijo prosigue:

-Yo conozco la historia. Tu amigo, el Cardenal Cienfuegos, abusó sexualmente de los Figueredo, de nuestros amigos los Figueredo, de Antonio y Augusto Figueredo, ¿lo sabías?

Dorita no dice nada. Pertenece al Opus Dei. Su amigo, el Cardenal Cienfuegos, también milita en esa cofradía. En una de las casas del Opus Dei, Cienfuegos abusó sexualmente, durante años, de los hermanos Antonio y Augusto Figueredo, o así lo afirman ellos, quienes lo denunciaron ante los jefes del Opus Dei: dijeron que Cienfuegos, cuando los confesaba a solas, los sentaba en su regazo, los besuqueaba y los manoseaba.

-¡Muy mal por Antonio y Augusto Figueredo! -dice Dorita, furiosa-. ¡Una vergüenza lo que hicieron!

Barclays siente que le arden las mejillas de rabia y vergüenza:

-¡Una vergüenza lo que hizo tu amigo Cienfuegos, dirás, mamá!

-Yo no les creo a Antonio y Augusto -sentencia Dorita-. ¡Ellos se inventaron todo!

-No puedo creer que digas eso, mamá.

-Y si ocurrieron esas cosas tan feas que ellos dicen que ocurrieron, ¡entonces debieron quedarse callados!

-Es increíble que digas eso, mamá.

Cuando los hermanos Figueredo denunciaron al Cardenal Cienfuegos ante los jefes del Opus Dei, estos adoptaron la postura impávida de Dorita: protegieron a Cienfuegos, desestimaron la denuncia y los amonestaron a ellos, por no quedarse en silencio. Sin embargo, las denuncias llegaron a oídos del Papa argentino, quien ya veía con hostilidad al Cardenal Cienfuegos y por eso lo despachó al exilio en Roma, prohibido de dar entrevistas.

-No has cambiado nada, mamá -dice Barclays, abatido, frustrado-. Recuerdo cuando, siendo adolescente, te conté que el padre Tristán me bajaba los pantalones y me toqueteaba, mientras me confesaba a solas en la casa de La Obra en San Isidro, y tú no me creíste nada, y defendiste al padre Tristán, y me exigiste que me quedara callado y no hablara de eso con nadie.

-¡Porque nada de eso ocurrió! -grita Dorita-. ¡Porque tú lo inventaste para no ir al club de La Obra! ¡Porque ya te hacías el descreído y no querías confirmarte, como al final no te confirmaste, qué vergüenza la mía!

Barclays siente un nudo en el estómago.

-Mejor no hablemos de religión, mamá -dice, derrotado, pensando: ¿cómo es posible que mi madre no les crea a Antonio y Augusto Figueredo?, ¿cómo es posible que siga defendiendo al pervertido de su amigo Cienfuegos?, ¿cómo es posible que no me crea a mí, su hijo mayor?

-Tampoco quiero hablar de política contigo -dice Dorita, en tono peleón, belicoso-. Los comunistas han hecho un tremendo fraude en las elecciones, este país va a caer en las garras del comunismo en pocas semanas, ¡y tú te vas de vacaciones a hacer kayak en los ríos de Austin! ¡He fracasado como madre, hijito! ¡Eres un zángano! ¡Sólo piensas en el placer y no en el deber!

Barclays dice, replegándose:

-Mejor nos vamos despidiendo, mamá.

Dorita no quiere despedirse:

-Te pido por favor, ¡por favor!, que no escribas sobre mí, hijito. Y te aviso que, si no me haces caso, habrá consecuencias.

-¿Consecuencias? -repite Barclays, en tono burlón.

-Consecuencias, sí -dice Dorita-. Si me desobedeces, si sigues escribiendo sobre mí, dejándome como una tonta y una beata, te voy a desheredar.

Barclays encaja el golpe, queda malherido, no encuentra palabras para responder.

-Ya no puedo quitarte la plata que te regalé, pero sí puedo borrarte de mi testamento final -continúa Dorita-. Y te advierto que eso haré, si sigues violando mi intimidad: puedes asaltar mis secretos, hijito, pero no mi dinero.

-Comprendo, mamá -dice Barclays-. Te pido mil disculpas por los disgustos. Te ruego que comprendas que el personaje de Dorita es una ficción, un delirio, una fiebre de mi imaginación, un artefacto literario.

-¡Deja de hablar sonseras, hijito! -lo interrumpe a gritos su madre-. ¡No me tomes por tonta! ¡Todo el mundo sabe que Dorita soy yo!

-Trataré de obedecerte, mamá. Pero me temo que voy a fracasar. Eres un gran personaje literario, un personaje larger than life.

-Entonces cambiaré mi testamento mañana mismo -sentencia Dorita.

 

 

 

 

31 pensamientos acerca de “Te voy a pedir un favor

  1. Maleficent

    No puedo creer que la madre no apoye a su hijo, debemos escuchar a nuestros hijos, es un tema muy delicado.
    Es muy cierto que quedan marcas de por vida, se puede trabajar con terapias.
    Ambas partes están dañadas el abusador y la víctima.
    Bendiciones…!!!!

    Responder
  2. Marco

    Creo que es el momento perfecto para lanzar tu obra cunbre «La Sagrada Fanilia».

    Por otro lado tiene razon cuando dice que era un mal momento para irse de vacaciones viendo lo que pasa en Cuba, Peru y el resto de paises bananeros.

    Responder
  3. Melissa

    Jaime,
    No puedo creer que tu madre no te creyera lo del cura Tristan. Fue un miserable que tendria a tu madre abducida por su fervor… Debe ser doloroso vivir la incomprensión de quien dice quererte tanto pero más dolor e impotencia sufriste ante aquel abuso de ese maldito. Sé fuerte Jaime, por ti y por tu nueva familia, sigue adelante. Un fuerte abrazo.

    Responder
  4. Yeral Perez

    Jaime, todo lo mejor para ti, escribir esto no habrá sido fácil, me recuerda a la estampa turbia que tuviste con tus hijas y tu exesposa, probablemente vendrá algo mucho peor, el Opus Dei es una mrd pero no es un chiste. Espero que no quede como un rumor y que no quede impune, espero que no te traten como loco, espero que estés preparado mentalmente, gracias por esta columna, qué gran escritor eres, realmente espero que estés bien. Tu salud mental debe ser más prioritario que la herencia, eres impulso a veces pero te queremos, suerte a pesar de que eso no tiene nada que ver con la reacción de las personas que tienen poder aterrador.

    Responder
  5. Aaa Aaa Aaa aa

    Señor Barclays usted al final protege al Opus Dei. Los miserables violadores deberían ser sentenciados pero por su silencio cuantos Barclays jóvenes tendrán que pasar por lo mismo?

    Responder
  6. Dennis

    Vamos Jaime, tienes una madre como la mía,casi de cariñosa con sus hijos, me encanta leer tus escritos y tus libros, sin embargo te pido por favor respeta a tu quería madre y no escribas nada que afecte su integridad e intimidad como persona. Mi madre es tan buena, sexagenaria ella, que si ella me lo pide, en la primera vez dejo de escribir por el amor que siento por ella. Saludos!

    Responder
  7. Ed Valdizán

    Yo sé que si tu mamá se va, Dorita también se irá; lo que te hace escribir de ella es saber que te va a leer o escuchar. Está bien, es tu estilo y ella, lamentablemente no durará para siempre. En el fondo sabe que la tienes en la mente y el corazón. Saludos

    Responder
  8. Ed Valdizán

    Yo sé que si tu mamá se va, Dorita también se irá; lo que te hace escribir de ella es saber que te va a leer o escuchar. Está bien, es tu estilo y no durará para siempre. En el fondo sabe que la tienes en la mente y el corazón. Saludos

    Responder
  9. Flor

    Jaimito esta es una historia que da vueltas y de nunca acabar. Alguien tiene que liberarse. Gritas al mundo tu verdad y el mundo escucha pero aquella beata Purísima no entiende que tu único escape a tu gran fobia es escribiendo. Me imagino tu dolorosa pasión de amar a tu madre y a la vez rechazarla. Esta podría
    ser una gran tesis.

    Responder
  10. Alejandra Hernandez Espinoza

    Hay Jaimito, a veces los padres nos ponemos vendas en los ojos y no ven la realidad de las cosas, eso de Dorita me apena pero ella te ama con el alma, corazón y vida y seguro no te va deseredar ajajaja. Que gran personaje Literario Dorita.

    Responder
  11. Sharmely

    Creo que debería hacerle caso a su madre y no violar su intimidad, sus escritos pueden mantenerlo bien a usted, pero no a su madre, piense en él prójimo y sea empatico.

    Responder
  12. Carmen

    Bien dicen que para ser escritor se necesita mucho más que ser un intelectual…tu escribes muy bien, no cabe duda; pero siento que has vivido demasiadas aventuras y te has codeado con muchos personajes interesantes…aún espero la última gran obra de tu vida literaria…

    Responder
  13. Javier Morales

    Una forma «extraña» de quererla, una forma «extraña» de hacerle un tributo, en el fondo Barklays necesita hablar de Dorita, porque necesita tener a Dorita cada día, pensar en ella, repasar los diálogos con ella y sentir lo que siente cuando habla con ella. La forma de no hacerle caso es una forma de estimular que Dorita lo siga corrigiendo para así sentir que ella lo quiere.

    Responder
  14. William

    Vale más el personaje literario que agrada a muchos, o el pedido de tu mamá?
    La libertad tuya termina en el derecho del otro. A ti te dolió cuando tus hijas se alejaron. Acaso escribes sobre ellas ahora ?
    Hay muchos otros temas, eres un ser muy inteligente y sabrás dar alivio a ambas partes.
    Un fuerte abrazo Jaime ¡¡¡¡ Eres un tipo lindo ¡¡¡ y una bonita familia.

    Responder

comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *