Muy rara vez mi padre me daba plata para comprar un helado a la salida del colegio. Solo cuando estaba de buen humor, y eso era altamente infrecuente, me dejaba un billete y yo bajaba de su auto a las siete y media de la mañana. A las tres de la tarde, cuando sonaba la campana y salía del colegio, encontraba varias carretillas amarillas de heladeros. En los días excepcionalmente afortunados me permitía comprar un helado D’Onofrio. Pero casi siempre me quedaba salivando mi hambre, envidiando a los chicos que podían darse el lujo de saborear un helado y hasta dos.

Vivíamos en una casa tan grande, y tan alejada de la ciudad, que no llegaban los heladeros en sus carretillas amarillas, soplando sus cornetas, rasgando el silencio de la tarde, anunciando placeres dulzones.

La primera vez que escapé de casa de mis padres, con trece años recién cumplidos, vendí una joya de mi madre en el centro de la ciudad y no lo dudé: detuve una carretilla y comí cinco helados seguidos, uno tras otro, un helado de chocolate que se llamaba “Buen Humor”. Últimamente lo he buscado, pero ya no lo encuentro. Hay, sin embargo, otros mejores.

Todas las semanas llegaba a nuestra casa en el campo una revista de actualidad llamada “Caretas”. Antes de que yo la leyera, mi madre recortaba y tiraba a la basura la última página, pues en ella publicaban fotos de mujeres con los pechos descubiertos. En aquella revista escribía un columnista cascarrabias que se quejaba de que los heladeros, cuando pasaban por la tarde cerca de su casa y hacían sonar sus cornetas inconfundibles, lo despertaban de la siesta, le impedían descansar. Yo lo envidiaba porque los heladeros pasaban por la puerta de su casa. Eso no ocurría en los suburbios arenosos donde vivía con mis padres. Por la puerta de nuestra casa solo pasaban perros chuscos, callejeros, y ocasionalmente predicadores mormones, y el servicio doméstico de las otras casas, camino al paradero del transporte público.

Mi obsesión con los helados de Lima llegó a tal punto que cuando empecé a tener éxito en la televisión me propuse tener como auspiciador del programa a la fábrica de helados D’Onofrio. Lo conseguí. Como parte del acuerdo, instalaron una nevera llena de mis helados favoritos en la oficina donde preparaba el programa. Antes del salir en televisión, me atacaba la ansiedad y comía un montón de helados. Después del programa, para celebrar que todo había salido bien, comía varios helados más. Por suerte no engordaba. Eran los años en que podía comer diez helados al día y seguía siendo flaco. Ahora, aunque no coma helados, sigo estando gordo.

Ya no voy a Lima todos los fines de semana. Ya no tengo un programa de televisión en esa ciudad. Voy dos veces al año, no más. Pero mi madre se ocupa de llenarme la refrigeradora de helados en vísperas de mi llegada. Y sabe bien cuáles son mis favoritos: los bombones de chocolate, el litro de lúcuma «Peziduri», los insuperables sánguches de chocolate con vainilla, el “BB” de chicha morada, el bizcocho “Tornado” y un clásico que se llama “Jet”. Naturalmente, los días que paso en Lima engordo a mis anchas, sin culpa, saboreando un helado tras otro. Los helados de Miami no son ni remotamente tan ricos como los de Lima. O será que los de Lima me devuelven al sabor perdido de la infancia, no lo sé.

En mi última visita a Lima me encontré caminando a solas de mi casa a la casa de mi madre porque mi camioneta no quiso encender, la batería se había estropeado. Caminaba distraído cuando un heladero pasó a mi lado y sopló su corneta. De pronto yo era un niño con hambre a la salida del colegio. Pero ahora sí tenía plata. Le pedí al heladero que se detuviese. Me reconoció. Comí un par de helados, al tiempo que conversábamos.

-¿Por qué no te mandaste para presidente, Jaimito? –me preguntó, con la suave amabilidad que no podría sorprender entre los habitantes de Lima.

-Porque me gusta dormir hasta tarde –respondí.

-Yo hubiera votado por ti –me dijo.

-Pero mis hijas y mis hermanos y mi madre, no –le dije, y me miró como si mirase a un loco, un orate.

Poco después le propuse un trato:

-Te doy cien soles, si me dejas montar tu carretilla hasta la casa de mi madre.

Me miró, confundido.

-¿Y yo, qué hago? –preguntó.

-Tú caminas a mi lado y vamos conversando –le dije.

Me estudió, desconfiado: no sabía si estaba bromeando, tomándole el pelo.

-¿Vive cerca su mamita? –preguntó.

-A diez, doce cuadras –dije-. No más. Y si alguien nos para, le vendo los helados yo mismo.

Aceptó. Le di el billete. Subí al asiento y empecé a pedalear. Era mucho más pesado de lo que había imaginado. Era como montar en bicicleta cargando a una gorda. Pero no había prisa, y un sol tibio embellecía la ciudad, y por suerte el tráfico era liviano porque mucha gente se había marchado a las playas del sur.

Nadie nos detuvo a comprar helados. Nadie nos miró con extrañeza o simpatía. Fue un paseo tranquilo, apacible, relajado. Hablamos de política, de fútbol, de las cosas que hablan los hombres cuando recién se conocen. Me preguntó si volvería a la televisión peruana.

-No creo –le dije-. Me gusta estar retirado. Me gusta ser ex famoso.

Me preguntó si algún día sería candidato presidencial.

-No depende de mí –le dije-. Depende de mi madre.

El heladero era bajito, risueño, desdentado. Caminaba chueco, torcido, como yo. Yo hago todo chueco: camino chueco, escribo chueco, amo chueco. Le pedí su corneta y soplé pero salió un sonido débil, ridículo, chueco, y nos reímos. Me hacía acordar muchísimo al jardinero de mis padres cuando yo era niño, el inolvidable Chino Mario, Hawaii 5-0.

Llegando a casa de mis padres, le dije:

-Te compro la carretilla.

Me miró, desconcertado.

-¿Toda la carretilla o todos los helados de la carretilla? –preguntó.

-Toda la carretilla –dije.

-No, pues, Jaimito, no te pases –dijo él, riendo-. Yo vivo de esto. Si me quedo sin carretilla, ¿cómo vendo helados mañana?

-Comprendo –dije-. Entonces véndeme todos los helados.

Aceptó de buen grado. Pasamos con la carretilla amarilla al jardín de mi madre y anuncié al personal doméstico que había helados para todos. Fue un momento de gran, luminosa felicidad. Salieron Emilia y Emma, Alfredo y Fernando, Irma y Aurora, Milagros y la niña Kiara, Gustavo y Luis, y hasta Edmundo el portero, todos reunidos entre risas y helados, celebrando ese raro momento de éxtasis. Mi madre, desde luego, se sumó a los festejos veraniegos y no se privó de un helado.

Tantos años después, cuarenta años después, me había convertido en heladero y podía darme el lujo de regalar todos los helados de la carretilla. No sé cuántos helados comí: fueron muchos, tantos que ya luego no tenía hambre para almorzar. Fue con seguridad uno de los momentos más felices de mi vida. Ya de vuelta en mi casa de Miami, a veces creo oír a lo lejos la corneta de un heladero. Pero es solo la brisa de la nostalgia que me devuelve a los años de la infancia cuando fuimos inmortales.

53 pensamientos acerca de “Cuando fuimos inmortales

  1. Samantha

    Este es uno de los relatos que más nostalgia me ha dado hasta el momento. Seguramente a todos les ha pasado algo parecido, pero creo que a las personas que viven lejos del Perú (incluyéndome), nos ha hecho humedecer los ojos recordando etapas de nuestras vidas de hace muchos años.
    Es interesante como prqueñas partes de nuestras vidas que en su momento nos parecían tan normales, tan banales; ahora son lindas memorias que nos hace feliz recordar.

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  2. Liliana

    Siempre te sigo, busco tus escritos, ahora aqui. Por alguna razon me es grato leerte, y con felicidad creo que con todo tu pasado eres feliz en tu nuevo mundo de tres.

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  3. Samuel Contreras

    Que grande Bayly, tengo 16 años y soy de Venezuela, de verdad te digo que eres mi inspiración (No todos tus admiradores tiene 40 o más años). ¡¡Saludos!!

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  4. Bob

    Sí, me tomó mucho tiempo descubrir el por qué los helados de Lima eran superiores a los de USA en general.

    La respuesta es simple: LA CANTIDAD DE AGUA. Los helados de leche D’onofrio en el Perú, son más ricos que cualquier equivalente en otras partes del mundo, porque tienen HARTA AGUA. Esto los hace más ligeros, te caen menos pesados al estómago (por lo que puedes comer muchos más) y finalmente más ricos. Técnicamente esto atenta contra los principios de fabricación de un helado, pero al fabricante le conviene, porque le abarata sus costos.

    Lo descubrí cuando vi quebrar a Bresler, Lamborghini, etc. Eran helados demasiado perfectos: un montón de leche y grasa. Ricos pero pesados. Al estilo 100% americanos. Qué brutos: ! Sólo tenían que echarle más agua!

    Y yo lo gritaba en voz alta, con el helado en la boca, pero nadie me escuchaba.

    Nestlé, cuyo curriculum apuntaría a hacer lo mismo y darle el mismo toque hiper alimenticio que los de USA, felizmente optó por aplicar el lema o uno de sus corolarios: If ain’t broken, don’t fix it! Whewww! !Menos mal! Nos salvamos. Si no, no hubieras podido comerte ni una fracción de carretilla.

    La vainilla D’onofrio es la mejor del mundo.

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  5. Fernando Rios

    Siempre digo que todo lo que necesitaba para ser feliz en la vida, lo aprendí cuando a los 12/13 años de edad escuchaba el tema musical de una telenovela argentino-peruana muy popular por esa época, decía algo de «las cosas simples de la vida nos dan siempre alegria y son la felicidad » ……… tus narraciones (como esta) tienen esa magia impagable de transportarnos a otros tiempos, mejores? no sé, más lindos e inalcanzables, definitivamente. Por unos momentos reviví en mi mente, esas tardes perezosas del verano limeño, sentí la tibia brisa de las playas de mi querida Magdalena del Mar, y tenuamente pero cada vez más cerca, escuché la corneta del heladero de D’Onofrio anunciando su dulce y feliz llegada ………. Gracias, Jaime!!!

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  6. Guisella

    Cada vez que leo tu columna pienso que no va a superar a la otra, pero me equivoco. Pienso en especial los errores que cometen los padres. Que aun hoy repercute en nosotros.
    Por lo menos el heladero quedo feliz …..
    Ojala regreses a Perú se te extraña….nadie puede superar tus locuras.

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  7. Rocio

    Wow Niño terrible 🙁 me hiciste retrocede mi infancia y recordar que tampoco podía comprar helados Donofrio En mi caso era el dinero pero ahora que vivo aquí en USA todo es diferente y las pocas veces que viajó a Perú compró los helados y me aseguró tener lo suficiente hasta que me regresé !!!! Aquí en New York algunos súper mercados hispanos tienen helado Donofrio y no sabes lo feliz que me hacer consumirlos
    Si viajo en Agosto me daré una empachada de helado jajajajajaja jajajaja aunque regrese hecha un bombón de gorda
    Besos a tu bella familia y espero con ansias leerte la próxima semana

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  8. Denia

    Me encanto la historia de los helados. Me trajo recuerdos del heladero que vendia Helados Guarina en mi pueblo en Cuba. Gracias por tus historias Jaime.
    Saludos.

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  9. Emilio

    Jaime sin darte cuenta lo mejor de tu literatura te trae a lima, tus mejores obras hablan de tu vida en lima, debo reconocer que tus últimos libros escritos alejados de tus vivencias limeñas no lograron convencerme tal como «el cojo y el loco» o «derrepente un ángel» pero estos días en lima te han reencontrado de algún modo que logras escribir cosas que a nosotros los lectores nos hacen viajar por la imaginación y provocan una sensibilidad y ternura.que solo la buena lectura logra » hacer vivir la historia como si fuéramos parte de ella» deberías crear una historia entre tus recuerdos y las emociones del ayer y de este viaje sobre lo que te produce esta ciudad una especie de amor y odio como cuando uno ama a una mujer pero esta mujer te consume y te destruye pero al mismo tiempo es capaz de generarte los sentimientos mas puros y nobles como la nostalgia.

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  10. Patricia

    No sabes cuánto amo leer tus artículos, la forma apasionada pero a la vez sencilla de expresar tus emociones, la forma de narrar pasajes de tu vida, me hacen vivir similares experiencias en mi querida Lima. Yo también muero por los helados D’Onofrio especialmente los bombones y el sándwich de chocolate. Ahora que vivo casi 10 años en Vancouver, no sabes cómo sueño con tener una carretilla de D’Onofrio llena de helados como regalo de cumpleaños! no he visitado Perú desde hace 7 años pero espero hacerle este año y darme un atracón de helados D’Onofrio.

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  11. Lucho Caro

    Debo confesar que hasta hace unos años yo volvía a ser un niño cada vez que encontraba a un vendedor de manzanas dulces por la calle. Comía a mis anchas, sin culpa, sin miedo a engordar, más de dos manzanas dulces y una la llevaba a casa. Me pasaba algo parecido con el algodón de azúcar. En mi niñez, cuando me llevaban al circo, me compraban dos o tres manzanas y dos o tres algodones de azúcar y era feliz, muy feliz.

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  12. Jorge

    Yo tengo una historia similar a la tuya, pero con la diferencia que mis padres no me compraban porque eran muy pobres, en ese tiempo miraba los helados con una resignación única, cuando fui mayor me compraba siempre los helados y tenían que ser Donofrio y ahora cuando que vivo en el extranjero, cada vez que estoy por Lima y veo un heladero de Donofrio compro helados para todos en mi casa.

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  13. Marco Quinto

    Siempre escribes entretenido, y sensasional.
    Simplemente majestuoso. Parece un cherry para D’Onofrio, pero aun asi no interesa, muy bueno.
    Y es un buen motivo y excusa el dormir mucho, para no postularse y ser Presidente. Yo duermo poquisimo asi que agarrense el 2026… jaja. Saludos

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  14. Rafael Gamboa

    Jaime si que estás bien consciente de que hay que disfrutar de las cosas bonitas de la vida como pedirle al vendedor de helados que te permitiera conducir por un momento su carro de helados. También me llama la atención de que tienes la misma respuesta de que no quieres ser presidente porque prefieres dormir muchas horas, esa respuesta también la dice Bill Maher comediante sarcástico de politica de HBO bueno tú lo debes conocer. Gracias por entretenernos con tus historias cada semana.

    Responder
  15. Rafael Gamboa

    Jaime si que estás bien consciente de que hay que disfrutar de las cosas bonitas de la vida como pedirle al vendedor de helados que te permitiera conducir por un momento su carro de helados. También me llama la atención de que tienes la misma respuesta de que no quieres ser presidente porque prefieres dormir muchas horas, esa respuesta también la dice Bill Maher comediante sarcástico de politica de HBO bueno tú lo debes conocer. Gracias por entretenernos con historias cada semana.

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  16. Csar

    En casa, de niño, no éramos pobres… Pero tal como lo cuentas, rara vez contaba con el efectivo para poder darme el gusto de saborear un rico helado… Qué gratos recuerdos cuando conseguias el dinero para poder adquirir uno… Aún ahora cuando las cosas me salen bien laboralmente hablando suelo premiarme con unos riquísimos bombones…

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  17. Brenda

    En Miami también venden helados D’Onofrio; y si te compras una cajita de tecnopor con hielo seco, te los podrías llevar a tu casa . Yo ahora vivo en Providence,RI y también los consigo por aquí. Nada como hacerte un milkshake de peziduri de lucuma en un dia caluroso .

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  18. fiorella

    Me ha gustado mucho tu artículo, me has arrancado algunas lágrimas de nostalgia, soy de Lima pero vivo en el extranjero….me has devuelto a los 80s cuando era niña y realmente éramos inmortales… Un abrazo para tí

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  19. Gonzalo

    Que relato tan agradable y divertido! Que bueno leer sobre tu exégesis a punta de helados de D’Onofrio, más aún con el añadido de horizontalidad social. La verdad el de lúcuma es una cosa de dimensiones de delirio. Y el mundo no va en direcciones sino oblicuas o más erguidas aun. Vivo en Singapore, lugar muy vertical, y a menudo vuelo por Malaysia Aires (más por dar la contra que por otra cosa). Esto viene a cuento pues si uno vuela a media mañana o a media tarde no te dan el rico roti canai, sino, oh sorpresa, unos bombones de helado idénticos a los de antaño. Saludos desde las antípodas.

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  20. Nancy

    Los heladeros son parte de nuestra infancia y que gran corazón tienes y lo mejor de todo es que eres un hombre humilde que sabe compartir felicidades yo siempre leo tu columna

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  21. Akira Nakamura

    Eres un hombre con un buen corazón Jaime, aunque a veces quieras mostrar lo contrario… al final lo bueno de ti siempre reluce.
    Es un gusto poder leer tus columnas.

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  22. Rosario DeJesus

    Volé en el tiempo y en el espacio con tus memorias Jaimito, creci en Lima donde el sonido de la corneta era caricia para nuestros oidos de niños que saliamos de casa en mancha a rodear al heladero con mi hermosa madre detraz de nosotros a pagar la cuenta 😉
    Mi favorito era «Buen humor» «Jet» y «bom-bom» que bellos tiempos.
    Saludos fraternales desde New Jersey ♡

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  23. Veronica

    Siiii Jaimito los helados D’onofrio a mi también me traen muchos recuerdos….especialmente los bombones q mi papá me compraba cuando me llevaba de pequeña a la corrida de toros….hummmmm

    Responder
  24. Jhon

    Buena idea!!! Uno de estos días ya que es verano, me compraré un carrito entero de helados!! Seguro será muy divertido!!! Lo disfrutaremos mucho mi familia y yo…

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  25. Cynthia

    Te leo todas las semanas y siempre lo disfruto. Pero este relato me compró el corazón. «Cuando fuimos inmortales»… cuántas veces he usado esa expresión con tanta nostalgia.

    Responder
  26. Veronica Astocondor Gonzales

    Siiii Jaimito los helados D’onofrio a mi también me traen muchos recuerdos….especialmente los bombones q mi papá me compraba cuando me llevaba de pequeña a la corrida de toros….hummmmm

    Responder
  27. Martha

    He llorado de risaaaaa!!! Claro, el sonido de la corneta es inconfundible y nos da nostalgia de nuestra infancia. Sin dudarlo, Donofrio es parte de la historia de todos.. Cumpliste tu sueño.. Entonces los suenos Tardan pero se cumplen!!!

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  28. Virginia

    Eres inigualable Jaime. Que pena que ya no tengo el Canal Mega y no te puedo ver todos los días como era mi costumbre. Cada vez sube más el internet y el cable que ya me tenido que quedar solo con los canales básicos nomás. Suerte Jaime y felicidades a ti, Sylvia y la linda Zoe.

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  29. Flor de Maria

    Disfrute mucho esta publicación y, como tú, de niña también adoraba las carretillas amarillas. No era fácil comprar, no porque mi mami nos prohibiera pero más bien poque era un sacrificio para ella sola y responsable por dos hijos comprar cada vez que pediamos–asi y todo comimos una gran cantidad. Una vez aqui en la ciudad donde vivo almorzando en uno de los dos restaurantes peruanos, me aventure y pedi helado de lucuma. La verdad es que creo qu en vez de comer inhale los platos principales, tanta era mi expectativa y la anticipación por el tan añorado helado. Pues bien, solo necesite dos cucharadas para que se me rompiera el corazón de desilusión y mi primer impulso fue tirarme sobre la mesa para «rescatar» el resto de los helados de las manos de familia y amigos (que solo habían escuchado hablar de «los helados más deliciosos que alguna vez has comido») y evitarme las miradas confundidas sobre unos helados, que en el mejor de los casos eran solo mediocres. Es esa experiencia que me ha impedido comer los helados de la carretillas amarillas cuando voy a Lima–el profundo temor de que mis recuerdos sean mejor que la realidad. Despues de este articulo veo que no habia nada que temer y pondre los helados al principio de mi larga lista de cosas que comer en Lima.

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  30. Sarita

    Sonará repetitivo Jaime querido, pero leerte es uno de mis más grandes placeres, y es que tú pluma mágica hace que mi mente visualice todo, tal cuál lo detallas, ojalá algún día te vuelva a ver por Lima y ésta vez, si me lo permites, te daré un abrazo entrañable, por lo que me dijiste hace mucho tiempo… Tenias razón ¡todo pasó!

    Te quiero mucho
    Sarita

    Responder
  31. Guadalupe del Pilar Cornelio Fuentes

    me encanta, lo cuentas con tal detalle que puedo imaginar la escena, y no puedo evitar humedecer mis ojos por alguna extraña razón me dio mucha nostalgia.

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comentarios

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