Cuando era un niño y vivía con mis padres y mis numerosos hermanos en una casa muy grande, arriba de un cerro, en Los Cóndores, a una hora de la ciudad, teníamos un solo televisor instalado en la sala principal, sobre la chimenea, y era en blanco y negro, y no existían entonces el control remoto, ni la televisión a colores, ni mucho menos el cable, y solo podíamos ver tres canales, el 4, el 5 y el 7, pero mis padres me tenían prohibido ver televisión durante la semana y solo podía verla muy limitadamente y bajo estricta vigilancia los fines de semana.

A mi padre le gustaban los programas humorísticos de Luis Ángel Pinasco, que hacía una interpretación genial de un turista gringo vestido con camisas de flores y pantalones cortos, hablando un español muy cómico con acento disparatado, y de Tulio Loza, quien, azuzado por un enano adulón, hacía escarnio de los políticos con verbo florido y caudaloso. Mi madre no veía televisión, salvo muy ocasionalmente alguna transmisión desde el Vaticano, pues ella desconfiaba poderosamente de las ondas catódicas y la caja pecaminosa, y creía que muchos vicios nefandos se emitían desde ese aparato con antena de conejo y aire inofensivo. Los fines de semana, cuando mis padres salían o se descuidaban, yo trataba de ver mis series favoritas, principalmente “El gran chaparral”, “Los ángeles de Charlie” (yo amaba a Farrah Fawcett), “Hawaii 5-0” y “La familia Ingalls”, y a veces me regocijaba con algún partido de fútbol alemán, que transmitían por canal 7, la emisora estatal. Mi relación con la televisión era, pues, promiscua, furtiva, clandestina, culposa, y yo soñaba con tener algún día mi propio aparato y ver los programas que se me antojasen, sin recortes puritanos a mi libertad.

Cuando estaba por cumplir quince años, a finales de 1979, un terremoto sacudió mi vida y la cambió para siempre: debido a mis constantes ausencias y mi conducta díscola, me expulsaron del colegio inglés y mi madre decidió matricularme en uno religioso, de curas españoles, mucho menos exigente; como consecuencia de mis fugas de la casa de mis padres y la relación terrible que tenía con mi padre, quien me detestaba sin remedio, mi madre me despachó a vivir con sus padres, dos ancianos encantadores; y en las vacaciones escolares del verano de 1980, yo cumpliendo quince años, mamá me consiguió trabajo en un diario conservador, “La Prensa”, cuya sala de redacción, a un tiempo cantina y manicomio, se encontraba en el corazón de Lima, en una calle peatonal del centro, el jirón del Unión. Esas tres cosas me alejaron de mi padre, enhorabuena, y me permitieron saborear una libertad que hasta entonces desconocía, y por fortuna me ayudaron a descubrir bien pronto mi fiebre o vocación, el periodismo. Con los primeros sueldos del periódico, yo todavía menor de edad, cursando cuarto año de secundaria, y acudiendo a trabajar al diario con el horrible uniforme escolar impuesto por la dictadura beoda, pude comprar mi primer televisor, uno pequeño, de catorce pulgadas, sin control remoto, con antena de conejo, pero ya a colores, qué maravilla. Como había que cambiar manualmente de canales girando el dial, puse el televisor a un paso de mi cama, de modo que, estando echado y estirando el brazo derecho, podía girar el sintonizador y pasar del canal 4, al 5 y al 7, tampoco había más canales y desde luego no se veía ningún canal extranjero.

Mis programas favoritos eran los políticos (el noticiero “24 horas”; “Buenos días, Perú”, entonces conducido por un periodista de leyenda, César Hildebrandt, el más inteligente e influyente de su generación; “Pulso”, con el cascarrabias sabelotodo de Alfonso Tealdo), los deportivos (principalmente “Gigante deportivo”, con el gran Pocho Rospigliosi, que pasaba los goles de Cubillas en un club de Fort Lauderdale, un hecho cultural que paralizaba al país) y, sobre todo, los humorísticos (“Risas y salsa”, los sábados a la noche, programa que me hacía reír a carcajadas). Aquel viejo aparato de televisión me procuró placeres inestimables, por ejemplo ver los partidos de fútbol en los que el Perú clasificó al mundial de 1982, y terribles humillaciones, por ejemplo ver los goles que nos metieron los polacos en el mundial de España, qué dolor. Y aún conservaba ese televisor sin control remoto cuando, en noviembre de 1983, empecé a salir yo mismo en la televisión, en el canal 5, hablando cosas graves de política.

Cuando cumplí veinte años, ya “La Prensa” por desgracia había quebrado, el presidente Alan García cultivó el rencor y ordenó que me despidieran del canal 5, y me fui a hacer televisión en Santo Domingo, donde conducía un programa semanal sobre política internacional que se veía en toda Centroamérica. Viviendo en hoteles en Santo Domingo y San Juan, Puerto Rico, durante largos cinco años, descubrí dos programas que me cambiaron la vida y que no podía ver en Lima: el de Johnny Carson, el rey de las noches en los Estados Unidos, y el de su delfín mimado, el lunático David Letterman, que me gustaba todavía más, porque era ácido, corrosivo, feroz, impredecible. No había noche que no los viera, y la influencia que ejercieron en mí fue, creo, enorme, brutal, porque entonces decidí que ya no quería ser como los periodistas que más admiraba, los peruanos Hildebrandt y Tealdo, sino como Letterman y Carson, que a menudo hablaban de política y con políticos, pero con una mirada risueña e irreverente, y convertían a la política en una de las formas del entretenimiento. Me propuse entonces fundar un “late night” en la televisión peruana, y recién vine a conseguirlo el segundo semestre de 1990, cuando García dejó el poder, y en 1991 y 1992, cuando Fujimori maliciaba ya el golpe de Estado que lo convirtió en dictador. Recuerdo que ciertos críticos mordaces de Lima me reprochaban que copiaba o imitaba a Letterman, y yo pensaba ¡pero claro que trato de imitarlo, es tan genial que vale la pena el intento de parecerse a él! Es como si le dijeras a un futbolista: ¡qué barbaridad que trates de imitar a Pelé o Maradona!

Me fui del Perú con el golpe de Estado de Fujimori y, ya en los Estados Unidos, seguí siendo un asiduo televidente, pues en aquellos años no existían internet ni Youtube. Veía las noticias a las seis y media de la tarde con Peter Jennings en ABC y con Jorge Ramos en Univisión, y a la noche no me perdía a Carson y Letterman. Ese año, 1992, Carson se retiró y no le dieron su programa a Letterman sino a Leno, lo que me disgustó mucho, porque Leno no me parecía tan gracioso. No veía ficciones, no veía telenovelas en español, no veía programas de chismes y farándula, y tampoco veía juegos deportivos, porque entonces no transmitían los partidos de fútbol europeo en los Estados Unidos. Cuando había un gran partido de fútbol, tenía que ir a un bar latino en Maryland o Virginia, o en Key Biscayne o Miami Beach, y pagar una entrada, y ver el juego en medio de la humareda y el bullicio, cómo han cambiado los tiempos.

Hoy, tantos años después, pasan los días y no enciendo el televisor. Antes lo prendía a las seis y media de la tarde para ver las noticias nacionales, ahora ya no lo hago, que me perdone mi admirado Jorge Ramos. Me mantengo informado leyendo diez o doce diarios digitales en inglés y español, ya no viendo la tele. Tampoco veo los programas de conversación de la noche, porque Fallon, Kimmel y Colbert, siendo muy talentosos, no me atraen como me hechizaba Letterman, a quien tanto echo de menos. El último “late night” que vi fue el del escocés Ferguson, un loco genial, y lamenté mucho cuando se retiró, de puro loco, ya no sé a qué se dedica. Pasan los días, las semanas, y no prendo el televisor, y solo espero a que termine el verano para encenderlo y ver el partido del Barcelona o del Madrid, pero ni siquiera estoy tan seguro de que quiera ver los partidos completos, porque a menudo es más cómodo ver los goles en Youtube. Mi esposa y yo vemos ficciones (la mejor de todas, Breaking bad), pero no las que echan por la televisión regular, sino las que uno compra o baja de Netflix y otras plataformas, y ella ve todo el día cosas en Youtube, y tengo la impresión de que más gente ve mi programa por Youtube, dondequiera que se halle, que en su transmisión en directo por Mega, mi casa en Miami hace ya largos once años, con intención de quedarme once más.

Algo ha cambiado radicalmente en mi vida y, sospecho, en la de los demás: el televisor, que antes era el centro de la diversión, el polo de atracción que imantaba a las familias, la fuente de hipnosis que nos mantenía embrujados, ahora está apagado, y los jóvenes ni siquiera se molestan en tener una caja boba en su casa, pues lo ven todo en sus móviles, tabletas u ordenadores. Puedo decir, sin exagerar, que en mi casa ha muerto discretamente el televisor, y aunque tengo cinco o seis aparatos en distintos cuartos, todos duermen el sueño de los justos, la paz del sepulcro, y mi inquietud no es ya la que me desvelaba cuando tenía quince años, comprarme un televisor mío y solo mío para verlo sin restricciones, sino instalar en mi casa una pantalla gigante con cuatro sillones reclinables para ver las ficciones de excelencia que se producen y emiten en las plataformas digitales, no ya en los canales de aire. Me siento, pues, un dinosaurio, un mamut, viendo caer un meteorito.

16 pensamientos acerca de “Ha muerto el televisor

  1. Andres Atiencia

    Siempre es gratificante leer artículos, reflexiones y opinión. Eres un tipo brillante, con un gran sentido del humor y un talento para escribir único y como Periodista eres coherente y sagaz. America Latina es afortunada de tenerte como nuestro referente. Un saludo fraterno desde Ecuador.

    Responder
  2. Jorge

    Jaime, cuánta razón tenés. Te veo siempre por youtube, en mi país (Nicaragua) ya no transmiten tu show, pero yo religiosamente lo veo al día siguiente por las tardes. Cada vez que te vas de vacaciones resiento la falta de información que solo con tu show obtengo. No te retirés todavía por favor. Saludos desde Managua.

    Responder
  3. Jota

    Ojalá volvieras al Perú, se te extraña, o al menos yo te extraño, de seguro mi papá también ya que en casa de él fue donde pude conocerte a través de esas cajas que hoy duermen y, voy a citar a Mariana Montoya: Es verdad, no te veo por Mega, te veo por youtube, pero necesito agrandar la pantalla para creer que te sigo viendo por TV…

    Responder
  4. Esther

    Y yo… que también amé a Farrah Fawcett, me alejé de la mágica caja hace muchos años. Es ahora que espero estar en cama con un Chai Tea a las 10:15 pm, preparándome para verte, observarte y escucharte. Soy de Venezuela. Sarcasmo, Ironía y risas cuyas entrelíneas resuenan ante una aterradora «realidad». Aún no muere… sólo se transforma.

    Responder
  5. Mariana Montoya

    Yo veía tu «late night» (tenía apenas 10 años) y me encantaba! Le encantabas a mi padre, le encantas a mi mamá y me sigues encantando a mi… Es verdad, no te veo por Mega, te veo por youtube, pero necesito agrandar la pantalla para creer que sigo viendo por TV…

    Responder
  6. Monsy Durán

    Son muy acertados tus comentarios en relación cómo han ido cambiando los gusstos y las comodidades de las personas cada vez que la tecnología cumple con sus propósitos. En mi caso, puedo asegurar que puedo ver tele de 2 a 3 horas semanales porque todo lo que quiero ver está accesible en internet y en la comodidad cuando quiero hacerlo. Las noticias, programas de entretenimientos , series que me agradan lo disfruto a través de mi computadora o de mi móvil. Claro está que no todas las personas cuentan con ellos porque eso conlleva gastos económicos, pero, llegará el día que los televisores serán recuerdos del pasado, como lo era el telégrafo, el beeper, etc. Bendecido seas mi querido Bayly.

    Responder
  7. Patricia

    Mi siempre querido y admirado jaime! Creo que muchos pasamos por lo mismo cuando la novedad de la Tv era un privilegio para algunos. Pienso que laTv es una caja magica porque adicciona y yo por el contrario tuyo si disfruto mi smart tv y continuamente veo mis programas favoritos, los que grabo cuando estoy trabajando, las peliculas de netflix, los videos en youtube. Con decirte que yo tenia dish y me pase a direct Tv porque estaba mega entre los canales de mi paquete latino donde veo mi caracol y rcn. Porque yo no me pierdo tu programa en mega, me encantas y admiro esa forma tan clara y justa de ver la actualidad expresando la molestia que nos ocasiona ver nuestros hermanos Venezolanos y Colombianos con esos gobernantes sucios, traidores acabando con LA PAZ Y LA DEMOCRACIA que todos merecemos.
    Dices que tienes varias Tvs en tu casa que solo estan de adorno, te sugiero que se las dones a personas que no pueden comprar una. Seria un gran gesto.
    TQM a ti y a tu 2 amores.

    Responder
  8. Olger garita

    Bueno es interesante recordar que el avance de la tecnología hace también que ni siquiera nos percatemos que un pasado no tan pasado ya pasó , yo si me informó por tv con CNN y mi ocio constructivo diario lo hago mediante YouTube viendo tu programa al día siguiente , por cierto odio tus vacaciones porque extraño el programa . Saludos desde Costa Rica . Olger Garita . Pura vida !

    Responder

comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *